Consideraciones ambientales en el espacio público

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El espacio público a lo largo de la historia evolutiva en los asentamientos humanos, ha hecho converger a los diferentes actores de una escena que está cambiando constantemente. Es capaz de albergar un sinfín de actos diversos – como pueden ser las actividades terapéuticas en los parques -, el espacio público es, por naturaleza, donde se juntan, interactúan e intercambian los diferentes.

“La ciudad no es solo un espacio físico, un conjunto de edificios, de estructuras, de sistemas, etc; es también un espacio relacional y así, cultural y simbólico. Consiguientemente la esencia de la ciudad es el encuentro entre los diversos y diferentes; las relaciones entre ellos para constituir órdenes nuevos y diferentes, dinámicos. Ordenes que surgen del encuentro y la interacción entre diferentes. Por un lado, puede decirse que la ciudad es por un lado un conjunto estructural de grandes estructuras y sistemas, lo supralocal; y, por otro, estos sistemas se ven reflejados en el espacio de lo micro, de lo local. Así e espacio público es el espacio local donde se plasman y ven reflejadas esas macro estructuras que constituyen las ciudades. Como en la teoría de fractales, se reproduce en el nivel micro lo que aparece en el nivel macro” (Domínguez, 2014).

Si analizamos ciertas consideraciones en el espacio público, podemos observar que todas las relaciones que se dan entre los actores, por ejemplo en el acto del saludo entre dos personas, por muy sencillo que aparezca, representa un intercambio, ya sea intelectual o energético, en términos termodinámicos. Los ecosistemas se comportan de la misma manera, ya que “la comprensión de ellos está íntimamente relacionada con las tasas de circulación dentro del sistema escogido y las tasas de flujo energético y materiales que atraviesan las fronteras hacia el interior y hacia el exterior del sistema elegido” (Rueda, 1997). Por consiguiente, la interacción es una condición inseparable de la naturaleza.

De modo que un sistema compuesto por diversos agentes coexistiendo en un espacio (Abbagnano, 1988) posee una riqueza en asociaciones múltiples que componen su orgánica estructural. Estas relaciones se pueden ver en las migraciones de aves o en el mismo sustento que le proporciona una roca a un liquen. 

Estas asociaciones entre especies diferentes (simbiontes), donde al menos una de ellas se beneficia o hay mutua beneficencia, se conoce como simbiosis (Maturana, Varela, 2003), pudiendo estas ser parasitarias, comensalitas o mutualistas y ellos dependerá de la naturaleza de los simbiontes. De ahí que se puede aproximar el aporte sistémico de una especie a un sistema desde su clasificación por origen, habiendo especies endémicas, nativas e introducidas.

De este modo se entiende que gran parte de la diversificación de especies sea el resultado de un simple hecho; la necesidad de interactuar para sobrevivir y reproducirse, la cual no sólo ocurre a nivel de especies, sino también a nivel de reino, donde las especies vegetales ofrecen ala fauna hábitat, reproducción, alimento y refugio de depredadores, siendo indispensables para la vida animal. A su vez, estas últimas tienen la capacidad de movilizarse, permitiendo el transporte de esporas o semillas, lo que en definitiva provoca flujos energéticos sobre los cuales evolucionan los ecosistemas.

Así entonces, especies vegetales y animales, endémicas o nativas, pertenecen a la compleja red de inter-relaciones que llamamos ecosistema (Yeang, 1999) y han estado ligadas a ella en toda su historia evolutiva, pues con su intercambio permanente se han beneficiado entre sí para poder sobrevivir a un medio adverso, llegando a ser increíblemente resilientes.

Esta historia de múltiples interacciones y eventos, entendible sólo a partir de un contexto evolutivo de millones de años, es la característica esencial que no tienen las especies introducidas, siendo muchos los casos de especies foráneas que han terminado en catástrofes, como lo es el del castor (castor canadensis) en la Patagonia (Loewy,, 2015). Uno más emblemático aún es el pino radiata (pinus radiata), que fue introducido en la zona sur de Chile con fines forestales (Del Pozo, 2013). Esta especie se reproduce comportándose agresivamente con el medio, generando diferencias en la composición química del suelo (Schlatter y Otero, 1995), que desplaza a las especies vegetales nativas y con ello, a su fauna asociada. Como es una especie que evolucionó en climas fríos, en Chile tiene a ser combustible en la presencia de altas temperaturas y corrientes de aire. Con el pino no solo se interrumpe la cadena trófica, sino además genera un fuerte riesgo al territorio. Dentro de los muchos territorios afectados por esta proliferación se encuentra Valparaíso, cuyos incendios provocados han causado daños incalculables.

Por otro lado, el bosque esclerófilo mediterráneo costero presente en las zonas centrales de Chile (Luebert y Pliscoff, 2017), compuesto por especies como el boldo (peumus boldus), el molle (schinus latifolius), el peumo (cryptocarya alba), litre (lithrea caustica) – entre otras – están completamente adaptadas a períodos húmedos y secos, cuya estrategia de sobrevivencia ha sido la eficiente captura del agua contenida en la atmósfera – vaguada costera – la que transmiten al subsuelo, generando un sotobosque húmedo que constituye un cortafuego natural. Además, atraen a diversas especies de fauna que conforman la riqueza visual del paisaje, que a su vez origina otros motores de emprendimiento como el turismo o la educación ambiental.

Si pensamos en una infraestructura artificial que se posiciona en un lugar de múltiples relaciones naturales, que son complejas y frágiles, esta debería tener como objetivo el beneficio para el ecosistema desde la puesta en valor o recomposición de aquellas relaciones bio-geológicas. La nueva instalación debe buscar ser parte del sistema mayor, asegurando el arraigo con el territorio y, con ello, el correcto funcionamiento de ambos (Wines, 2008).

Para esto es necesario un estudio acucioso y preciso de estas relaciones de parte de proyectistas y diseñadores del espacio público que pueda devolverle a las ciudades los beneficios de pertenecer al ecosistema, en una relación de simbiosis con aquellos que, a esta altura de la humanidad – y por raro que parezca – son los diferentes, actores de una escena en la que siempre debieron ser protagonistas.

Paulo Donghi, Arquitecto UV              

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