Vegetación urbana, ruderales y resiliencia de especies nativas

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Paulo Donghi, Arquitecto UV

La evolución de la vida orgánica se ha desarrollado a partir de la relación entre organismos (Varela, 2003), cuando organismos básicos se relacionan con los abióticos generan una capacidad de resiliencia y se adaptan al medio, es decir, evolucionan cuando se someten a condiciones adversas. Así como diferentes especies han cambiado su fisonomía para adaptarse al medio, los bosques han cambiado su orgánica a partir de diferentes acontecimientos, ya sea de origen natural como antrópico, tanto en las especies que los componen como en su distribución espacial.

La actividad agrícola ha incorporado especies introducidas que se adecúan al medio donde se emplazan con el fin de cultivar para cosechar y proveer alimentos y materias primas a la población humana. Lo que le otorga a este tipo de plantaciones un carácter utilitario de necesidad, sin embargo, con la llegada del paisajismo europeo a partir de la llegada de colonos españoles a Chile se introdujeron especies de carácter ornamental, que con el paso de los años han conformado parte de la vegetación urbana del país, como es el caso del álamo (Populus nigra L), que cubrió la avenida más importante del país. El paisaje urbano en Chile se ha caracterizado por ser un híbrido entre vegetación nativa y advena a causa de la influencia europea que trajo especies euroasiáticas y africanas (Laura Hauck, 2016).

Actualmente los suelos urbanos chilenos presentan una mixtura entre vegetación introducida y nativa, en el caso de Santiago la vegetación nativa alcanza un 20% de presencia, (Javier Figueroa, 2016), cifra que va en aumento por la expansión de ciudad y los cambios vegetales producidos por el cambio climático. Lo que origina un piso vegetal compuesto por especies nativas y advenas, donde la acción natural y antrópica han generado espacios naturales de “tercer orden” que no son ni urbe, ni espacio silvestre y que tienen sus propios algoritmos. Condición conocida como “ruderal”. De ahí que es de vital importancia estudiar la forma y el comportamiento de estas comunidades vegetales acerca de cómo se relacionan con los principios físicos geomorfológicos, cómo se ve influenciado el suelo, qué relación tienen con el agua, qué aporte hacen a la atmósfera, como se relacionan con la fauna, para entender cuál es el aporte que hacen al ecosistema y cómo la infraestructura puede acoger sus principios orgánicos para beneficiar al medio ambiente.

“El calificativo ruderal (del latin ruderis, escombro) se predica de terrenos incultos o donde se vierten desperdicios o escombros. Las plantas ruderales son las que aparecen en hábitats muy alterados por la acción humana, como bordes de caminos, campos de cultivos o zonas urbanas. Una buena parte de este conjunto de plantas coincide con la flora arvense, es decir, plantas que aparecen de forma espontánea en los campos de cultivo.

Esta sencilla descripción pone de manifiesto la íntima relación existente entre la flora ruderal y la actividad humana. Alteraciones del medio como la construcción de infraestructuras o la roturación de los campos abren constantes oportunidades para la colonización por estas plantas, omnipresentes en el banco de semillas de los suelos antropizados. La especie humana las transporta e introduce accidental o intencionadamente allá donde pise” (Silvia Matesanz, 2009).

La vegetación ruderal se caracteriza por un conjunto de especies herbáceas (en Chile mediterráneo toman carácter de hierbas perenne, a causa de su comportamiento estacional) que aparecen de forma oportunista, en suelos alterados antropogénicos, ya sea por movimientos de suelo, incendios, suelo adulterado por cultivos, etc. Entre sus principales cualidades se destaca su adaptabilidad ante la falta de agua, y a causa de esto tienen una gran capacidad reproductiva gracias a la elevada producción de semillas durante su ciclo anual. Esto les permite ser las primeras especies en conquistar un suelo degradado.

“Estas especies ruderales dominan en las zonas alteradas durante un tiempo, pero gradualmente van perdiendo la competición con otras especies nativas, aunque pueden formar poblaciones estables si la alteración se produce con cierta continuidad” (Asturnatura, 2020).

En suelos urbanos donde hay una supremacía de especies introducidas, como el césped, se ha observado presencia de flores que con su néctar atraen especies polinizadoras como mariposas (Flora ornamental de Barcelona 2018), esto pone en manifiesto la mixtura de pisos vegetales, donde las especies nativas se hacen presente a causa de las relaciones naturales de migración que se asocian al transporte de semillas por agentes nativos como aves migratorias. En otros términos, se puede deducir que las especies nativas siempre se harán presentes y que la mixtura de pisos es una condición natural ante la presencia de especies introducidas.

En suelos de carácter rural, la presencia de especies ruderales se origina a partir de otros efectos antrópicos, como incendios o cultivos, donde estas especies colonizan suelos degradados, y se convierten en un piso vegetal de transición ante la recuperación del suelo, en progresión hasta ser dominadas por especies nativas.

 Si bien el piso vegetal suele estar cubierto por hierbas perennes, aparecen interesantes relaciones simbióticas entre estas especies, la mayoría de las veces estas comunidades no se comportan de manera agresiva sobre las comunidades vegetales nativas, “salvo que se trate de un monocultivo o comunidades simplificadas como sucede con los matorrales de Ulex europaeus en el sur de Chile”… “No siempre la introducción de una especie invasora suele ser un problema inmediato, ya que puede pasar mucho tiempo hasta lograr su aclimatación o la presencia de algún factor que facilite su propagación, por ejemplo un agente dispersante o polinizante” (Knittel, 2007). Como es el caso de la Baccharis sagittalis, arbusto de origen alóctono que coloniza suelos con erosión laminar en climas húmedos (Carlos Ramirez, 1999).

La comunidad científica se hay preguntado acerca de qué tan nocivo o auspicioso puede ser una comunidad ruderal para un ecosistema natural mayot (Knittel, 2007), donde diversos estudios apuntan hacia la recuperación de suelos degradados mediante especies de transición hacia pisos vegetales nativos, donde la importancia para la biodiversidad radica tanto en la recuperación de la capacidad de infiltración de agua en el suelo, como también sostener un sustento de alimento para especies de fauna nativa, por lo que las plantas ruderales tienen una función de primer orden en relación con la biodiversidad. Este fenómeno de mixtura y evolución ha dado paso a cierta comunidad urbana del reino animal, como son las aves paseriformes, grupo de vertebrados más diversificado, y se encuentran en todo el mundo, entre las cuales destacan en Chile el chincol (zonotrichia capensis), el zorzal (turdus flacklandii) y la golondrina chilena (tachycineta leucopyga), entre otros, y se caracterizan por ser especies que han tolerado la actividad antrópica y se han beneficiado de especies que no necesariamente son nativas.

La comprensión científica y urbana de los procesos de dinamismo en el ecosistema que ocurren con los ruderales, podría ayudar a elaborar programas o políticas de reforestación para sitios degradados desde la eficiencia reproductiva (Amsler, 2015), constituyendo una transición progresiva hacia el bosque nativo, y sobre cómo en las ciudades estas formaciones vegetales constituyen un mosaico cohabitado por especies nativas y advenas, ofreciendo un espacio para entender cómo ciertas especies pueden aportar a la biodiversidad sobre el cambio que ha generado la especie humana sobre el territorio en vías de recuperar su condición prístina. Así como también su composición orgánica puede contribuir al correcto desarrollo de la infraestructura urbana, contemplando sus beneficios para el sistema mayor o ecosistema.

El principio de mixtura que caracteriza a las comunidades ruderales se puede extrapolar al sistema de vinculación de elementos artificiales y naturales, donde la infraestructura no debería dominar a la naturaleza, si no que más bien, hacerse partícipe desde una mutua beneficencia (Bettini, 1997).

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