Profesor PUCV – Luis Álvarez A., miembro del CES
En junio de 2020 el total de agua caída fue de 109,8 mm, exactamente el doble de agua caída el año anterior a igual fecha. En un año normal (promedio de los últimos 30 años) el agua caída debería estar alrededor de 190 mm, y debiéramos esperar para el año 410 mm como promedio.
Podríamos quedarnos tranquilos con lograr esa meta. Como hasta ahora se ha impuesto la referencia, con esos números tendríamos un “año normal”. Pero esto es un error.
Las precipitaciones se acumulan y se van sucediendo en su disposición de acuerdo con el destino. Las aguas superficiales se acumulan en embalses preferentemente para el riego estacional y el agua de bebida para los sistemas de urbanización; hay otras aguas de tránsito lento que las utilizaremos en los años venideros, décadas y quizás centenas de años y otras que van a los acuíferos, y en algunos quizás las utilizaremos en un milenio más.
Las aguas deben ser consideradas en un tiempo mayor al estacional. Si miramos la gráfica de la imagen 1, podemos observar que las precipitaciones tienen un ciclo de abundancias y escasez en torno a los 35 a 40 años, esa debería ser nuestra referencia.
Fuente: Laboratorio de Estudios Ambientales y Dendrocronología, Instituto de Geografía PUCV
Si este año tenemos lluvias normales, no significa que el fantasma de la sequia desaparece. Por el contrario, si se observa el promedio en color rojo desde el año 2008-2009 comienza a manifestarse el declive de las precipitaciones, es decir, aunque tengamos un año normal irremediablemente seguiremos en ciclo de sequias. Esto que hoy denominamos la “oscilación del sur” y que en años anteriores denominábamos el fenómeno del niño/niña, hoy -después de generar una serie de tiempo de 150 años de precipitaciones- podemos señalar que son periodos largos y bien vale la pena hacer la referencia a los 35-40 años para determinar el escenario de las precipitaciones anuales o estacionales.
Hoy podemos señalar que estamos en un periodo de sequía y que todo indica que continuaremos en este ciclo al menor por un tiempo prolongado.
¿Qué hacer entonces?
Cuidar las pocas precipitaciones, que en el Gran Valparaíso son solo aportes de precipitaciones ya que no tenemos regímenes de deshielos. La cuenca del Margamarga es nuestra unidad contenedora, sus planos de pendiente están en promedio sobre el 17 % de pendiente, es decir, las precipitaciones en forma gravitacional rápidamente son conducidas a sus cursos de agua y liberados al mar tan pronto como ha terminado de precipitar. Esto puede ser considerado natural, pero si a eso le agregamo altos niveles de urbanización que impermeabilizan los suelos, construimos zarpas y soleras, cauces que evacuan en forma expedita e impermeable, si agregamos un proceso de ruina de los sistemas naturales por deforestación de las coberturas arbóreas y la incesante persistencia de los incendios, tenemos un suelo incapaz de retener e infiltrar las aguas.
Hoy en el Gran Valparaíso no se infiltra más del 8 % de las precipitaciones, el resto se almacena en algunos pequeños embalses aguas arriba del estero Margamarga y el resto irremediablemente es desperdiciado con destino al mar.
Las aguas lluvias deben llegar al mar, son parte del ciclo del agua, pero quisiéramos que estuvieran más tiempo en el territorio, generando sucesivamente servicios ambientales y, después de un tiempo sustantivo, llegar gravitacionalmente al mar.
Frente a una sequía persistente es necesario que las pocas precipitaciones podamos retenerlas a través de la infiltración, una forma válida para el desarrollo del sistema natural. Este sistema natural aprovechará el agua retenida en el sustrato de subsuelo y ese tránsito lento permitirá dosificar las aguas a los esteros, los que tendrán agua permanente y no solo se activarán por la presencia de lluvias.
El agua infiltrada permite que el sistema natural se presente vigoroso y con capacidad de superar la adversidad de la sequía, esa capacidad de resiliencia favorecerá los sistemas de vida y le dará sostenibilidad a la ciudad, bajo el principio de la adaptabilidad al cambio climático.
Las lluvias donde caen deben infiltrarse, esto evita las inundaciones, promueve la retención, almacenaje en el subsuelo que permite su uso mas diverso, en la imagen de abajo, áreas verdes con superficies permeables, retención básica para la sostenibilidad del riego de las mismas.
El principio a acuñar es de “Ciudad esponja”, retener para adaptarse.